
Aquellos maravillosos años.
25 de febrero de 2023En un día tan importante como hoy, 25 de noviembre, me gustaría contaros una historia: LA MÍA.
Hace un tiempo fui a depilarme las cejas. Era la primera vez que me atendía esa chica aunque ya nos conocíamos. Me dijo que echara la cabeza para atrás y yo lo hice. Fue entonces cuando se percató de la cicatriz de mi cuello. En condiciones normales no es muy visible y casi nadie la aprecia. Con toda la confianza que tenemos me preguntó: “¿Y esta cicatriz?” Yo le respondí, con simpleza y sinceridad: “Un recuerdo de un ex”.
No me resulta ni duro ni difícil hablar de ello, la verdad. Han pasado muchos años y esos recuerdos se han ido disolviendo y difuminando de alguna manera. En algunas ocasiones, incluso, me da la sensación de que le han pasado a otra persona.
Lo cierto es que ella se quedó completamente descolocada y me pidió perdón. Le dije que no pasaba nada, que no tenía ningún problema a la hora de hablar del tema. Y de veras que no lo tengo.
Tampoco suelo pensar mucho en ello, pero en días como hoy, en los que somos un poco más conscientes de la violencia de género, echo la vista atrás y lo recuerdo.
Es curioso, pero yo nunca me consideré una víctima. Jamás. Supongo que porque yo respondía a cada ataque y cada insulto con la misma energía que él. En ningún momento me vi como si fuera débil. Hasta aquel entonces yo era una de esas mujeres un tanto pagadas de sí mismas que no entendían a las mujeres maltratadas y que afirmaban eso de que: “No ha nacido el tío que me ponga a mí la mano encima”.
Pues ya veis, parece que sí había nacido.
Lo peor no fue el dolor de la primera bofetada. Fue la incredulidad. No podía creerme que una persona tan maravillosa (porque lo era, era encantador) que me había tratado tan bien hasta el momento pudiese hacer algo así. No te lo crees. Piensas que es un lapsus de un momento.
Y lo perdonas.
Entonces llega la segunda.
Y lo perdonas.
Y la tercera. Y ya no es una bofetada. Esa vez te lanza un cenicero de cristal que te da de lleno en la nuca.
Y lo vuelves a perdonar. Porque tú le quieres. Porque está arrepentido. Porque se pone de rodillas y te pide perdón. Porque te jura que no lo va a hacer, que ha sido el alcohol.
Y tú le crees. Porque le quieres… y se te olvida aquello que decías de que a ti nadie te ponía la mano encima.
La gente que te quiere te dice que eres imbécil, que le dejes, que es un maltratador y que no va a cambiar.
Pero él se porta bien una temporada y no vuelve a tocarte.
Pero entonces pasa un mes y vuelve a beber o a meterse cosas peores. Y se repite la historia.
Un día te acorrala en la terraza y amenaza con tirarte abajo desde un cuarto piso. Otro día, cuando vas camino del trabajo, al que has comenzado a faltar porque a veces te encierra en casa, te pilla en una esquina y te amenaza con matarte si le dejas… Y al siguiente día, rompe el cristal de la ventana con tu cabeza…
Y dice que es tu culpa, que es que le provocas y le obligas a hacer eso.
Tú sabes que esa “relación” no tiene un buen final. Sabes que quizá te conviertas en un número de esa estadística horrible que aparece en la televisión todos los días. Y quieres dejarle. Pero no sabes cómo.
Has dejado de tener contacto con tu familia y con tus amigos porque ellos intentaron separarte de él y tú, que eras una imbécil, has tomado partido por él. Sí, por ese hombre maravilloso que ha dejado tu cuerpo lleno de cicatrices, tanto físicas como emocionales.
En realidad estás sola.
Qué tonta has sido…
Qué tonta…
Y llega el día en que ya no puedes más. Y coges tus cuatro cosas y te largas. No tienes adónde ir, pero mejor vivir en tu coche que vivir con él. Y rezas para que no te busque.
Recuerdo aquella noche como si fuera ayer. Yo llevaba un vestido rojo precioso. Él, quejándose de que la cena era una mierda, me tiró el plato encima. Era pollo asado. La grasa se quedó impregnada en la tela del vestido. Recuerdo mirarme y ver las manchas y ponerme a llorar. Adoraba ese vestido.
Algo hizo clic en mi cabeza en ese momento.
Y me fui.
Mis cosas llevaban ya una temporada en el maletero porque todos los días pensaba en dejarle, pero nunca lo hacía. Me senté en el coche y puse la radio. La casualidad quiso que sonara la canción de “Libre” de Nino Bravo. Fue como un presagio. Pisé el acelerador y no volví a mirar atrás.
Yo tuve mucha suerte.
Mucha suerte porque no me encontró, aunque me estuvo buscando. Semanas después me enteré de que había dejado el país y había vuelto al suyo, cuando se quedó sin dinero (mi dinero). Nunca más volví a verle. Era 1999 y yo acababa de cumplir 25 años. Han pasado dos décadas de aquello.
Ya no me cuesta nada hablar de ello. Y si alguien me pregunta suelo contarlo todo, sin tapujos. Quizá, escuchar lo que me sucedió a mí, sirva para que no le pase a otra.
Repito, yo tuve suerte. Mucha. Otras no la tienen. Mi historia acaba bien, pero hay tantas que no…



